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Sinopsis:
Mi primer libro de relatos terminaba con una impresión desfavorable acerca de la pareja de jubilados que tengo como vecinos. El tiempo pasó, como siempre, y tras una época turbulenta de fuertes discusiones que podía escuchar a través de la pared, mis vecinos se separaron en la última etapa de sus vidas. Ella se fue y él se quedó. Nuestras desavenencias venían desde que empecé a vivir en esta casa. El motivo era que mi perro llegó a colarse hasta en tres ocasiones en su vivienda, dos por la terraza y una
en una ocasión en que dejaron la puerta abierta. No es que mi perro fuese tan sociable que no perdía el tiempo en saludar a los vecinos. Ocurría que cuando realizaba estas intromisiones lo hacía presa del pánico producido por los sonoros petardos que se lanzaban en el vecindario. En cualquier caso, era probable que entre mis vecinos y yo, sobre todo en lo que respecta a él, fuese evidente una contraposición ideológica insalvable. Esas cosas se presienten cuando no se conocen con claridad. Entonces llegó la pandemia del virus y algunos pensaron que la vida cambiaría. En los peores momentos del confinamiento pensé en preguntarle a mi vecino, ya jubilado, si necesitaba algo. Si había algo que yo pudiera hacer por él. No lo hice. Supongo que me frenó el miedo al rechazo. Un día en que entraba en el portal él bajaba por la escalera. No se dignó ni tan siquiera a mirarme y se tapó la nariz subiéndose la camisa por encima. En ese momento le hubiese reventado la cabeza. Una de las madrugadas en que no podía dormir escuché por la pared una película porno que tenía a todo volumen. Por las mañanas dejaba bolsas de basura repletas de botellas de cerveza en el rellano.
Así pasamos la vida, confinados en el interior de nuestra propia isla. Tratando de construir puentes de comunicación con el resto del archipiélago. Porque esta comunicación, este encuentro, cuando se produce, quizás sea lo más preciado que podamos tener.
Tamaño: 170 x 240 mm
Páginas: 138
Encuadernación: Rústica